miércoles, 29 de julio de 2015

Los conejos blancos

Me distraigo con facilidad. No me malinterpretéis, soy capaz de fijar mi atención e incluso hacer varias cosas a la vez fiel a mi condición de mujer. Pero tengo la habilidad de distraerme y abstraerme a partes iguales, con relativa frecuencia.

Camino de algún sitio, en el autobús, estudiando en la biblioteca (en esta situación es con la que mayor frecuencia se produce, no se sabe por qué), suele suceder cuando estoy sola o en soledad relativa (cuando aun estando rodeado de gente, estás solo) pero ha llegado a suceder cuando estoy con gente e incluso metida en algún tipo de actividad o conversación, de pronto, aparece un conejo blanco y, como Alicia, me voy con él.

Un conejo blanco es una persona desconocida y aleatoria que no sabe que es un conejo blanco. Tienen o hacen algo que llama mi atención de una manera muy sutil. Y mientras miro con disimulo a esa persona pasar fugazmente por mi día, mi imaginación calienta en la banda. 
Y se dispara. Empiezo a imaginar quien es, de donde viene y a donde va. Por qué lleva ese sombrero o porque anda así, porque tiene ojeras o que lleva en esa mochila. Porque ríe o porque intenta disimular que llora.

No quiero saber por qué, simplemente imagino por qué.

La mayoría de las veces y, cada vez con más frecuencia, llaman mi atención aspectos de las personas que me llevan a hacer un diagnóstico diferencial y pensar que hay detrás y como solucionarlo. Mis conejos blancos han cambiado y cada vez son más complejos, pero cada vez me llevan más lejos.
Y de imaginar sobre esa persona, paso a empatizar, me coloco a mi misma en otros escenarios o hipotetizo sobre mi futuro próximo.

No se si os suena o jamás lo habéis experimentado, pero os recomiendo que la próxima vez que os crucéis con un conejo blanco, dejéis por un momento la rutina de ese camino hasta el trabajo, esa conversación aburrida y artificial, que salgáis mentalmente de esa reunión o conferencia... 
No lo dudéis, abandonad por un minuto la realidad e iros con él.

"Ya se me hizo tarde
¡Me voy, me voy, me voy!
¿Lo ves? ¿Lo ves?
¡Ya son más de las tres!
¡Me voy, me voy! ¿Qué tal? ¡Adiós!
¡Me voy, me voy, me voy!" 
(Alicia en el País de las Maravillas)

lunes, 15 de junio de 2015

Eres serotonina

Aunque no te des cuenta y aunque yo no quiera. 
Aunque admitirlo sea tan doloroso y estúpido como golpearse el meñique contra la pata de la mesa deliberadamente. Mírate ahí, jugando a ser imprescindible mientras yo hago equilibrismos para no caerme de la cordura. Voy sin arnés y no hay red. Menudo circo.

Tengo derecho a guardar silencio aunque no esté haciendo uso de él y probablemente todo lo que diga será usado en mi contra; pero no importa porque voy a declararme culpable. No tengo una buena mano pero hemos venido a jugar así que compro vocal y resuelvo.

Eres serotonina,
y me daré cuenta cuando me faltes.

martes, 19 de mayo de 2015

Y dígame, ¿desde cuándo caga usted mariposas?

Como fiel defensora del término medio me veo en la obligación de llamar la atención sobre esta nueva tendencia a la felicidad extrema y constante, la positividad y el entusiasmo desmedido. Esto hay que frenarlo como sea. Se están escribiendo frases positivas sobre paisajes bucólicos muy por encima del límite de la normalidad y animando a gente a perseguir utopías como el burro que persigue una zanahoria atada a un palo.

Ahora que cada segundo, de cada minuto, de cada hora, de cada día es maravilloso y el mundo es feliz, ahora que la gente caga mariposas, ¿qué hacemos con los “me cago en todo”? ¿Y con las listas de reproducción de canciones tristes y melancólicas? Y esto último no es ninguna tontería, porque con el excedente de mierda todavía se puede abonar, pero eliminar las canciones bajoneras son puestos de trabajo que se pierden. ¿No vamos a volver a llorar si no es de alegría? Pues se nos van a resecar los ojos amigos.
Se va a perder ese sarcasmo de calidad de quien no lleva un buen día, bajaran las ventas de chocolate y se va morir la vaca malva esa, se van a perder muchas formas creativas de insultar. Con lo bonito que es chinchar, pero claro, si nada nos molesta, ¿para que molestarnos?

Está mal visto quejarse y enfadarse; está prohibido tener un mal día. Hay que perseguir nuestros sueños, ¡cualquier sueño! Ahora si lo deseas lo suficientemente fuerte, cerrando los ojos, todo es posible. Si lo intentas, las cosas saldrán bien siempre. Hay que ser feliz, todo el rato, pase lo que pase.

Pues cabe mencionar que si todos los días son el mejor, no hay mejor día; y que hay cosas imposibles y cosas improbables, que conviene diferenciar, porque perseguir las primeras es autoadministrarse frustración.

Me gusta tener días increíbles y odio los días de mierda; pero los veo necesarios; sin días malos, los buenos pierden su valor. Necesitamos referencias. Pero lo que veo más necesario aún es una reacción natural. Este modo de vida tan fantástico que se estila ahora es tan artificial como el plástico y la felicidad que propone de tan mala calidad como el plástico de un chino.


Queridísima sociedad esclava de todo tipo de modas, se te está yendo de las manos la positividad, la felicidad y el entusiasmo.  No me mal interpretéis, no odio la felicidad y la alegría de vivir, el problema es que me la estáis devaluando.

domingo, 12 de abril de 2015

Algún día me quedaré sin voz

Algún día me quedaré sin voz, que no sin palabras.

Quedarán escritas, a veces de mi puño y letra, otras veces mecanografiadas, algunas de mis ideas. Quizás no las más brillantes pero si aquellas que algún día tuve la necesidad de escupir. En este rincón de Internet, en mi agenda repleta de anotaciones, en la pared de ese espacio del mundo que me vio crecer, en mis cientos de papeles, en los márgenes de los libros que disfruté o en los apuntes que tomé.

Dejaré escritos todos los "te quiero" y los "te echo de menos" para cuando hagan falta. Quedará escrito gran parte del cariño, de mis pasiones y mis odios. Quedarán subrayados en mis libros mis chistes y gags favoritos, anotados entre mis papeles los chistes más malos y los que son la antitoxina de los malos días; por si faltarán algún día las risas. Los fragmentos de canciones que no entraron solo por el oído. Quedarán en ese disco duro, el que guardo en una cajita, mis textos como si fueran mis restos, los que vieron la luz y los que no, para quien quiera estar conmigo; aunque yo ya no esté.

Me quedaré en las dedicatorias de los libros que regalé, en las notas que mandé, en las cartas y en los mensajes; en los texto que dediqué, en las provocaciones, en las bromas y en las críticas, las constructivas y las destructivas.

Quedarán mis excesivas comas y mis rotundos puntos. Quedará mi uso abusivo de la repetición junto con mi gusto por la contradicción y el sin sentido. Mi tendencia a la prosa pretenciosa que se cree poema. Quedarán mis retorcidos adjetivos y mis metáforas. Ay! quedarán mis metáforas huérfanas de explicación. Quedarán todas mis hipérboles. Toda la ironía y el sarcasmo, pero ya no estará mi sonrisa para respaldarlos.

Es una bonita particularidad de esta manía disfrazada de afición que tengo o padezco. Pero no todo se puede escribir, no; y yo aún tengo mucho que decir.

lunes, 23 de marzo de 2015

Aunque haya que conocerlo

Hubo un momento en mi infancia en el que el sistema educativo quiso poner a prueba mi pensamiento abstracto, o dicho de otra forma, hubo un día en el colegio en el que hablamos de refranes. 

Cada uno lanzaba un refrán al aire y algún valiente se encargaba de explicarlo, previa mano levantada claro, como todo lo que se hace desde aquellas sillas verdes.
Llegó mi turno, tarde como siempre, porque la R no está muy bien posicionada en el alfabeto; y yo desde mi pequeñez pequeña escogí el refrán, que aún hoy escojo siempre: "Más vale maña que fuerza". Os diría que me lo enseñó alguna figura importante de mi vida para que sea todo más bonito, pero la realidad es que lo aprendí viendo los Fruitis, me lo explicó una piña que se llamaba Gazpacho (cosa que nunca entendí). Y puede que porque yo nunca fui muy grande o muy fuerte, me pareció genial y se tatuó en mi cerebro para siempre.

Fui capaz de entender, y hubiera sido capaz de explicar (si no hubiera sido tan pequeñita y mi mano no pasara tan fácilmente desapercibida) todos los refranes que mis compañeros aportaron, todos menos uno.

"Más vale malo conocido, que bueno por conocer"

¿Cómo? ¿Qué? en mi cabeza se produjo un cortocircuito, y rápidamente pensé que lo había oído mal "será, más vale bueno por conocer, que malo conocido" pero no. Desde mi pequeñez pequeña no podía entender como alguien podía preferir algo malo a algo bueno, por mucho que lo conociera. Lo pensé, le di mil vueltas y no logré entender porque más vale malo conocido que bueno por conocer. Pregunté a quien lo sabía todo, que en aquel momento no era Google, porque no existía (esto me hace sentir vieja), era mi padre, pero a el le parecía tan lógico que no acertó a entender que era lo que no entendía de aquella frase.

Pasaron años hasta que lo comprendí, hasta que entendí, que aquel refrán reflejaba el miedo al cambio. Ahora, que ya no me siento en sillas verdes y que aunque siga siendo pequeña ya no paso desapercibida si yo no quiero, puedo decir que lo entiendo, pero al igual que cuando era una niña, no lo comparto.

Yo me quedo con lo bueno por conocer, aunque haya que conocerlo.
Y precisamente sea conocerlo, descubrirlo, la mejor parte de todas.



domingo, 1 de marzo de 2015

Fragmento (cosas que molan flojito)

Hay cosas en las películas que molan flojito. Quiero decir, hay cosas de las películas que molan muchísimo y que hacen de ellas el espectáculo que son, porque vamos a ver si tuviéramos ese nivel de emoción en nuestro día a día pues no íbamos a llamar a Cofidis y pedir un crédito para poder verlo en el cine. Pero no me refiero a esas cosas que molan tanto, yo me refiero a las que molan, pero más flojito.

Por ejemplo: tu cuando, por lo que sea, no vamos ahora a ponernos a juzgar la vida de la gente, pues te ves envuelto en un tiroteo, que a quien no le ha pasado, que todos hemos dicho eso de “hoy salimos de tranquis”. Pues en la vida real estar en un tiroteo es una cosa muy complicada, porque claro hay varias personas que llevan armas y tienes que tener cuidado de que no te de ninguna. En el cine esto es más sencillo, tu solo tienes que preocuparte del que te está disparando a ti, porque esa persona está ahí para ti, para lo que sea, el contigo, a muerte. Solo te va a disparar a ti, y si no te tiene a tiro, pues se espera! Ya aparecerás otra vez, pero él no se va a poner a disparar a otro, que ni le conoce ni nada. Esto es una cosa que está muy bien, hay un orden un saber dispararse, con educación. Cada hombre armado tiene su blanco y de ahí no le muevas. Me les imagino ahí...”Dimitri!” – bueno, es que me estoy imaginando una película de terroristas rusos- “dispara!!” y el Dimitri que es un hombre que podrá ser todo lo terrorista y todo lo sanguinario que tú quieras pero oye, se ha leído el guion “ – no, a mí me han dicho que dispare al rubio, y yo solo disparo al rubio”.  Esto es una cosa que mola, porque aumenta las probabilidades de sobrevivir, solo te tienes que fijar en uno, una vez se le acaben las balas pues te puedes hasta salir a echar un cigarrito en lo que acaban.

Aquí topamos con otra cosa, que mola o no mola según se mire y es que el suministro de balas nunca está claro, porque lo mismo te matas a media Rusia sin cambiar el cargador, que se te acaban las balas justo cuando estas cara a cara con el más malo de toda la peli, que se le pone una sonrisilla al tío cuando aprietas el gatillo y aquello no va… que le llegan a poner la música del anuncio de la lotería y lo mismo nos echamos hasta unas lagrimillas. Si, y aprovecho para decir que ese anuncio os emociona por la música que le han puesto, que está puesta a mala idea, a sacar lagrima, ese mismo anuncio con otra música te puede dar desde asco hasta risa. Bueno el caso es que en las películas no te puedes fiar el cargador de tu arma y bueno, si ese día esta generoso pues bien porque puedes estar toda la película sin preocupaciones, lo malo es que te puede dejar tirado en cualquier momento, sobre todo si vas ganando.

Otra cosa que mola flojito de las pelis es el momento “me han dado Mike, me han dado” que viene a ser cuando a uno de los protagonistas de la película su asesino asignado le ha alcanzado y está ahí, con la manica en el pecho a modo de gasa compresora. Este momento me encanta porque su amigo, que se acaba de percatar y le ha pedido un receso de cinco minutos al tío que le estaba disparando para poder acercarse donde Mike, se arrodilla junto a él y le dice cosas como “aguanta Mike”. Y Mike aguanta, porque Mike es un colega de los que ya no quedan, y si se tiene que esperar para morir cuando acabe el tiroteo pues se espera. Y cuando se acaba el tiroteo pues Mike sigue ahí, porque vale que solo tenga 5 litros de sangre como todos los mortales pero él se la administra y la ha ido perdiendo a poquitos, eso sí, está el hombre muy mal ya pero aun así!, aun así! Se espera para entrar en shock a que su amigo haya terminado y este otra vez junto a él. ¿Y entonces? ¿Llamamos a la ambulancia ya? No no, en las películas el equivalente a llamar a la ambulancia e iniciar RCP a tu amigo es decir “No, no te mueras, no por favor, no te mueras” y arreglado. Ah, que no mola ¿no?

Y las constantes vitales de Mike aguantan, como aguanta un móvil que se está quedando sin batería a que llegues a casa pero pitando cada X minutos para recordarte que está ahí muriendo, pues Mike no pita no, pero tose, de vez en cuando tose como diciendo “se me va la vida eh”. Pero aguanta el tío, porque no lleva ahí 2 horas y media de película para morirse ahora que vienen los créditos y espera a que llegue la ambulancia (que nadie ha llamado, porque ahí está Mike y el colega y 50 rusos muertos, que se han cargado entre los dos con medio cargador y adhesivo de montaje que nunca viene mal). Y llega la ambulancia, y aquello es una fiesta! Como mola que llegue la ambulancia porque ellos se encargan de llamar a la policía, a los bomberos y a dos vecinas curiosas en bata para que merodeen mientras acordonan la zona. Y sacan a Mike de allí, que según sea de duro el tío saldrá en camilla o tranquilamente apoyado sobre el hombro de algún compañero. No lo dicen, pero Mike se apellida Urrutia casi con toda seguridad.

El caso es que los de la ambulancia empiezan a cargar a Mike y este se quita la mascarilla para poder decir unas palabras a sus compañeros, no olvidemos que es un tío que no es que haya perdido sangre, es que la debe ya y que hace nada había perdido la conciencia, que no nos vamos a poner tiquismiquis con Glasgow ni nada pero vamos, que la conciencia le viene y va según le conviene. Pues ahí está diciendo algo ingenioso para terminar, porque la sangre se pierde, pero el sentido del humor nunca. Y le dice algo a su compañero del tipo: te lo dije, me debes 20 pavos.

Y el resto de la gente que no necesita tantos cuidados como Mike pues les calzan una manta, porque esto de estar a punto de morir y eso pues te deja frío y nunca viene mal echarse una mantita por encima y en ocasiones hasta un café (depende del presupuesto de la película, en las españolas por ejemplo no les dan ni manta como mucho una colleja que calienta parecido y es gratis, sobre todo si sale Resines). 

(...) 


lunes, 19 de enero de 2015

Él lo era

Dos de las cosas más importantes de mi vida las aprendí de mi abuelo. Con mi abuelo descubrí que el amor incondicional existe, que es posible amar con la misma intensidad a una misma persona a los 30 años, a los 60, los 90 y hasta el último día de tu vida. Creo en el amor, no por los cuentos o las películas, yo creo en el amor porque lo he visto en su mirada y en sus besos. Él era todo cariño, ternura.

A no perder nunca el sentido del humor me enseñó mi abuelo. Lo gratificante que es hacer reír a otro lo aprendí de él. Aprendí que hay que saber reírse de uno mismo para ser capaz de reírse de todo, con todo.
De mi abuelo no tengo los ojos ni la nariz; no sé cuál es el patrón de herencia de estas cosas, pero me gusta pensar que de mi abuelo tengo el sentido del humor y no puedo estar más orgullosa y agradecida. Mi abuelo, maestro del chiste malo y del juego de palabras, experto sin saberlo en el uso del running gag, mi cómico favorito. 

Mi abuelo, que me enseñó dos cosas que considero fundamentales para mi vida, a bromear y querer y dar cariño.
La verdad es que ahora no se me ocurre nada que pueda aliviar la tristeza que siento, pero yo creo que él, con su sonrisa reconfortante, nos diría  “nos preocupéis, esto lo tapa la corbata”. Eso sí, esta vez, vamos a necesitar una muy ancha.
                                                                               
             Diciembre 2014
                     A menudo defino las cosas que me encantan como geniales, 
                                                                                                       él lo era.