lunes, 19 de enero de 2015

Él lo era

Dos de las cosas más importantes de mi vida las aprendí de mi abuelo. Con mi abuelo descubrí que el amor incondicional existe, que es posible amar con la misma intensidad a una misma persona a los 30 años, a los 60, los 90 y hasta el último día de tu vida. Creo en el amor, no por los cuentos o las películas, yo creo en el amor porque lo he visto en su mirada y en sus besos. Él era todo cariño, ternura.

A no perder nunca el sentido del humor me enseñó mi abuelo. Lo gratificante que es hacer reír a otro lo aprendí de él. Aprendí que hay que saber reírse de uno mismo para ser capaz de reírse de todo, con todo.
De mi abuelo no tengo los ojos ni la nariz; no sé cuál es el patrón de herencia de estas cosas, pero me gusta pensar que de mi abuelo tengo el sentido del humor y no puedo estar más orgullosa y agradecida. Mi abuelo, maestro del chiste malo y del juego de palabras, experto sin saberlo en el uso del running gag, mi cómico favorito. 

Mi abuelo, que me enseñó dos cosas que considero fundamentales para mi vida, a bromear y querer y dar cariño.
La verdad es que ahora no se me ocurre nada que pueda aliviar la tristeza que siento, pero yo creo que él, con su sonrisa reconfortante, nos diría  “nos preocupéis, esto lo tapa la corbata”. Eso sí, esta vez, vamos a necesitar una muy ancha.
                                                                               
             Diciembre 2014
                     A menudo defino las cosas que me encantan como geniales, 
                                                                                                       él lo era.