lunes, 14 de octubre de 2013

Cuando nos enfadamos

Cuando nos enfadamos mandamos a paseo cualquier signo de evolución, renunciamos a ser el animal racional que tanto presumimos ser.

Cuando nos enfadamos somos tontos: no hay coherencia, no hay cohesión, no hay criterio. No hay corazón haya o no razón.

Cuando nos enfadamos somos capaces de argumentar verdaderas maravillas como: “y tú que, eh?”

Cuando nos enfadamos somos capaces de buscar todo aquello que nos gusta del contrario y convertirlo en algo malo.

Pero el enfado, pese a volvernos tontos y dañinos, a veces, también es bonito. El enfado es puro, es sincero. Cuando nos enfadamos dejamos nuestras cartas sobre la mesa. Nos quedamos desnudos y de pronto es evidente al mundo que la persona foco de nuestra ira nos importa. Nos importa lo suficiente como para que aquello que dice (o no dice) nos turbe.

“Me enfado porque te quiero” y otras tonterías de la vida