Coso heridas, a diario. Forma parte de mi trabajo.
A menudo me preguntan si quedará cicatriz. A la gente no le
preocupa tanto los vasos o nervios que puedan estar afectados, si hay suciedad
o cuerpos extraños o si comprometerá la función como le preocupa la marca que
quedará. “¿Me va a quedar cicatriz?”
- Claro.
Toda herida deja su marca. La marca que deje dependerá de la
herida y de cómo la tratemos. No podemos pretender que no quede rastro de
aquello que nos pasa. No podemos vivir con miedo a que nos deje marca.
La mayoría de las heridas son superficiales, rasguños, roces
o abrasiones. Es imposible recordar cuantos de estos hemos tenido desde que
echamos a andar aunque con el paso del tiempo cada vez son menos. A medida que
crecemos aprendemos a evitar que nos magullen, nos volvemos más ágiles y logramos,
aunque no siempre, esquivar los pequeños golpes.
Otras heridas son grandes o afectan a planos más profundos.
Generalmente son heridas por alta energía. Son heridas feas que no nos dejan
seguir. Duelen y sangran. Nos limitan y debilitan. Son heridas peligrosas que
merecen atención.
Las heridas grandes duelen. Las heridas grandes tienen que
doler.
Algunas de ellas son tan grandes o son tan sucias que no se
pueden coser. Algunas heridas deberán cerrar “por segunda intención” de dentro
a fuera, poco a poco. Estas heridas dejarán una marca mucho mayor.
Estas heridas se recuerdan no solo por su marca. Estás
heridas nos asustan y provocan un cambio. Estas heridas destruyen y luego construyen.
Construyen lo que somos, lo que hacemos.
El tiempo no cura las heridas. El tiempo es aquello que pasa
mientras nosotros nos reparamos. El tiempo es eso que pasa mientras las
limpiamos, nos alejamos de aquello que nos ha hecho daño y seguimos adelante.
Porque estamos diseñados para repararnos, para
sobreponernos, para seguir funcionando. Estamos diseñados para seguir adelante.
Para cicatrizar. Para perder la forma pero no la función.
La vida deja cicatriz. No podemos vivir con miedo a que nos
deje marca.