Hace ya un tiempo que sucedió esto pero no fue hasta ayer que me reencontre con las pruebas del delito guardadas en la memoria de mi telefono movil.
Mi madre tiene la tierna costumbre de traerme las chocolatinas o galletitas que regalan en las cafeterías de bien (una expresión que siempre me hizo gracia: de bien, como si el resto fueran del mal o satánicas) con los cafes en las cafeterías para que me las coma yo. Cuando era pequeña era algo que me hacía ilusión, porque para los niños cualquier cosas azucarada por pequeña que sea es motivo de alegría; ahora no es más que uno de esos gestos que se hacen bonitos productos de la costumbre y por aquello que evocan.
La ultima vez que mi madre me trajo uno chocolatina de esas hizo que me diera cuenta de que racanos los hay en todos lados y que cuando la crisis aprieta el ingenio, la picardia y la ranciedad se adueñan de las neuronas de los fabricantes de estos pequeños comestibles.
Efectivamente, lo que a través del papel que la envuelve parece una chocolatina de un tamaño humilde pero sincero se convierte en una estafa.
Ese enorme socabon en el chocolate no es un adorno, su razon de ser es que por cada dos chocolatinas a las que las quitamos el 50 % da para hacer otra.
Me da igual que la chocolatina sea pequeña, no soy ninguna obsesa del chocolate. Pero me ofende la estafa, el hecho de que mantuvieran los bordes de la chocolatina altos para que el envoltorio se tensara y pareciera grande.
Y ahora que las chocolatinas que acompañan al cafe ya no son lo que prometen me encuentro perdida y no se de que fiarme. Comienzo a cuestionarme que lo que tomara mi madre fuera cafe y no agua y barro como hacia yo de pequeña con mi cocinita de juguete.
Desde luego eso reduciria gastos.
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