Probablemente el peor odio sea el
que se destila de un amor previo. Aquel al que no le queda nada por perder porque lo
da todo por perdido. Lo esté o no.
Es lo que queda cuando no queda nada, hierba seca a la espera de una chispa. Es algo tan humano que parece estar codificado en el genoma: dejar que la bestia mute, se transforme en algo potencialmente letal y luego simplemente perder el control sobre ella.
Es ese tipo de odio que no se expresa por la
fuerza, porque la sangre coagula pero las palabras no. El objetivo es que la
herida quede abierta y así, de algún modo, pueda doler siempre que se vuelva
sobre ella.
Tan cruel que cuesta creer que en algún momento fuera lo contrario.
Un odio que juega sucio y con ventaja, conoce los puntos débiles, sabe cómo y cuándo
atacar. Ha estado ahí antes, sabe cómo llegar.
- ¿Y ahora qué vamos a hacer?
- Vamos a dejar que la adrenalina hable, a matarnos con palabras. Y a arrepentirnos después.
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